Viajar es un placer sensual

 


Ayer,  como que me quede con muchas ganas de viajar.  Es por eso que hoy quiero escribir sobre viajes. Pero viajes en relación conmigo mismo, naturalmente; es decir los viajes y yo. Porque no todos los viajes son iguales. No, no. Hay viajes de ida y viajes de ida y vuelta. Incluso puede que alguien haya oído hablar de algún viajero que ha vuelto sin irse, aunque es poco probable. Y hay un viaje, inevitable y por la mayoría temido, en el que primero se viene y después se va; justo al revés del resto de los viajes, en los que es preciso ir para después poder volver. Yo siempre que he viajado he vuelto diligentemente, que no quiere decir que lo haya hecho en "diligencia", sino que en ninguna de las ocasiones he permanecido allí a donde he ido; aunque en algunas lo hubiera hecho de mil amores: quedarme para siempre quiero decir. Hay viajes cortos, viajes largos y viajes muy largos, que satisfarán, según las circunstancias, más o menos a quien viaja. Se suele entender que un viaje es largo cuando el viajero va a estar mucho tiempo fuera, o cuando va a desplazarse muy lejos. El corto sería, evidentemente, el caso contrario en cualquiera de las dos opciones anteriores. Pero yo creo que hay algo de confusión semántica en esta costumbre. Porque, ¿se puede decir que un desplazamiento a una distancia de veinte kilómetros, aunque se prolongue durante todo un año, es un viaje largo? Quizás deberíamos hablar, simplemente, de una estancia larga como consecuencia de un breve viaje. Pero bueno, se diga lo que se diga al respecto todos lo entendemos, porque lo verdaderamente importante de los discursos no debería ser el hecho de decirlos, sino el de entenderlos; aunque la clase política se empeñe en demostrarnos lo contrario. Pero sobre discursos y políticos escribiré en otro momento, o no, ya veremos... Hay gente que viaja mucho y gente que viaja poco o nada, del mismo modo que hay gente que sueña y otra que no lo hace, me refiero a soñar despiertos. En ocasiones un sueño es lo más parecido a un viaje que un individuo puede tener. Para muestra un botón,  si nos fijamos en mi sueño-viaje al que me refería al principio. Podría haber llegado lejos, muy lejos... Realmente podría, claro que sí.  Pero hay viajes que aventurándolos unos,  son fruto de los sueños o a de la imaginación de otros, así como disfrute del gozo intelectual de terceros. Por poner un par de casos: los de Gulliver y Odiseo, cuyos periplos salen del magín de Swift y Homero, respectivamente. Porque ninguno de estos últimos se embarcó en aventuras tales, que eso lo sabemos todos. Pero hicieron viajar, con todas las consecuencias, a sus personajes, sin moverse del sitio. Viajes oníricos, viajes literarios... A lo mejor estáis esperando que os hable de mis viajes, que algunos he hecho, sí... Pues no. No voy a hablar de mis viajes. Cuando quiera hacerlo escribiré un libro de viajes y contaré lo que me interese de ellos. Cuando decía, al principio, eso de los "viajes y yo", me estaba refiriendo a un planteamiento más introspectivo y escasamente racional; en nada  empírico. Algo así como filosoviajar por una ruta irrelevante y alternativa de la divagación, a lomos de mis itinerantes y desnortados pensamientos. En realidad eso es todo porque,  para ser sincero, estoy agotado.  Y es que esto de viajar cansa muchísimo.



La poesía debe uncir al poeta con su entorno


No es necesario ser original

para escribir poemas admisibles,

o eso me ha parecido entender del consejo

de quienes pueden darlos.

Tampoco se precisa ser retórico,

darse a la jitanjáfora o aventar

tempestades de símbolos que poco

aportan al meollo del discurso.


Aunque si versos leo,  como es recomendable…


Al igual que sucede en otras causas

basta con cierto gusto y así mismo

contar y no perder el  ritmo fluido,

por decirlo con forma:  que no rasque la métrica,

cuidando los acentos.

Implicar emociones siempre ayuda

a dibujar un círculo versal

que acierte a completar el literario empeño

para satisfacción del franco autor.


Y el apunte final:  la poesía

debe uncir al poeta con su cercano entorno.






 

Dudo que haya alguien a quien pueda interesar lo que referiré a continuación,  pero quiero confesar que yo acostumbraba a manuscribir mis textos.  Incluyo entre ellos relatos,  versos, artículos, diálogos: en definitiva toda la variopinta y abigarrada diversidad de gilipolleces que en algún momento me he empeñado en perpetrar . Lo estuve haciendo hasta hace relativamente poco;  escribir a mano quiero decir.   Y lo hacía con pluma estilográfica por pura complacencia.  Por eso y también por cierto mimetismo funcional;  por ver si con ese gesto de elegante estilo se me pegaba algo del oficio y las maneras de todos los escritores consagrados, que yo gustaba en imaginar utilizando tan honrosa y tradicional herramienta. Pero dejé de redactar en forma manuscrita porque, entre otras razones, yo soy de mucho corregir, de modificar abusivamente, de cambiar de forma compulsiva,  pues casi nunca llego a sentirme satisfecho con lo escrito. La verdad es que dejaba mis borradores hechos una auténtica piltrafa: maltrechos por las tachaduras,  los sobrescritos y las correcciones repartidas anárquicamente por cualesquiera espacios marginales. El cambio se produjo cuando entró en mi vida el primer procesador de textos.  Desde aquel momento pude borrar cuanto quise en beneficio de la pulcritud y el orden permanente en mis copias de trabajo, aunque  a costa de la pérdida de esa añeja distinción que tan grata me resultaba. Las estilográficas quedaron así postergadas en el oscuro rincón de alguna gaveta perdida, en espera de que alguien las reciba como legado póstumo, o lo que sea,  de uno que nunca llegó a ser porque nunca tuvo huevos para intentarlo. Y allí permanecen, supongo.  En realidad lo que me gustaría es rebelarme contra mí mismo en esto de la observancia de la pulcritud y  volver a escribir a mano y con pluma en lugar de digitar sobre un moderno teclado. También me gustaría disponer de una amante reconocida y sofisticada, joven por supuesto, de acomodadísima familia, lánguidamente parisina y con buenas tetas; porque todo el mundo sabe que son precisamente este tipo de amantes las que prestigian después la leyenda extraliteraria y vendible de cualquier autor que quiera preciarse de estar socialmente enrollado.  Lo cierto es que ahora todo lo que escribo luce bastante más clean, pero también resulta mucho menos charmant y bohemio. Y encima sin amante escandalosa y neurasténica que pueble de jugosos rumores  mi biografía.  Si es que no se puede tener todo.


Hablemos de Blanca

 


Blanca se reconoce estimulantemente enamorada. Incluso le asalta el temor de estar llegando inevitable y fatalmente a amar.
Pero ambos accidentes sentimentales no le ocultan otra certeza: lo mucho que le gusta follar con Marcel.
Porque Blanca es una mujer capaz de derivar su circunstancia  pasional por un lado y  la compleja realidad de su yo sexual por otro.
A Blanca le revolotean incansables mariposas por todo el estómago, como a cualquiera.
Algunas mañanas sonríen,  más luminosas que de costumbre.
Ciertas noches se ciernen, opresivamente más densas.
Todo desde que la imagen de Marcel se instaló permanente en su ánimo.
Considera, a ratos, la posibilidad de un futuro largamente compartido.
Pero entre una angustia y otra desazón, siempre hay lugar para un buen polvo; que desdramatiza todo lo incontrolable y peregrino.
Digamos que no es la primera vez que Blanca se enamora.
¿Pero en cuántas ocasiones ha amado antes?
Su extrema juventud justifica que aún no haya dado pasos demasiado firmes sobre tan irregular camino.
Hablar de enardecimiento, cuando Blanca se abandona entre los brazos de Marcel, sería decir poco, muy poco.
A ella le gusta saber que el sabor de su carne le explota a Marcel en la boca.
Le gusta desde que él se lo dejó, como susurro ronco una tarde de revueltas sábanas, en un hueco desnudo entre la oreja y el hombro izquierdo, también desnudo.



Poéticas del coño

 


Competían Melita, Rodope y Rodoclea
por ver cual de las tres tenía el mejor coño
y me nombraron juez. Como las diosas célebres
se levantan desnudas, ungidas con el néctar.
Brillaba el de Rodope suntuoso en el centro de sus muslos
como hendido por céfiros de rosas.
Como cristal era el de Rodoclea, húmedo como imagen
en un templo, recién acabada de esculpir.
Pero yo, que sabía lo que sufriera París con su fallo,
a la tres ya inmortales coroné.

RUFINO
(Éfeso, Jonia, S. II/III d.c.)

(Otro)



"Las orejas recién hechas y los sexos recién hechos se parecen mucho"
                                                                      (Haruki Murakami. 1Q84)

Salífera fragancia,  leche tibia 
de coño, que me es dado degustar
entre el compás abierto de tus muslos, 
bajo un velo de noches empapadas.

Libaciones que saben a obscenidad de siglos.

Conmensurable senda,  lienzo de Modigliani,
sin áspero boscaje que ate mi salaz vena 
de taciturno sátiro.

                                                                                          (Serge S. Nabrod)

                                                                   
A veces llego a creer que el mejor sexo es el que queda latiendo entre imaginación y deseo.

A veces llego a pensar que las más bellas palabras de amor 
son las que nunca se pronuncian.
                                                           

me inclino sobre tu sexo
coño nuestro de cada día

en su humedad me hundo
bebiéndote

mas te como y juntos
precipitándonos 
chorreamos saliva y abundancia

tu coño-sexo en mi boca golosa
y ella en él.

                                                                                             (Alexander Bolsky)








(Otro)


Del coño de doña Inés

nunca se hizo mención

en los versos de Zorrilla.

Qué nos diría don Juan

y su tenoria opinión

respecto al citado coño.

 

Como una fruta de otoño

tal vez se lo imaginase

el sevillano galán,

si están pensando en un higo

no van a dar un traspiés

miren bien lo que les digo:

seguro que acertarán.

 

Desde Utrera hasta Logroño

no soñó don Juan Tenorio

mejor coño 

que el de Inés.

                             

                                           (Anónimo)

                                                    

(Otro)


Resulta que desde hace algún tiempo... pues que vengo viendo coños. O sea a mi alrededor quiero decir. En torno a mí vamos,  compartiendo conmigo ese ámbito natural y cotidiano de mi propia existencia. Pero entendámoslo,  que no estoy diciendo que me halle cautivo por alguna suerte de obsesión paranoide.  Para nada me estoy rayando con ese tema, no. O al menos no soy consciente de ello.  Porque no me persiguen coños voraces dotados de patas y dientes.  No me acosan,  intentando succionarme para sepultarme en su pulposo interior: ominosamente húmedo, insondable. Lo que quiero decir es que últimamente,  cada vez que veo a una tía,  no puedo evitar que mis pensamientos se precipiten en el intento de determinar cómo estará configurado y constituido su recóndito coño. Y eso antes como que no  me ocurría,  porque hasta ese momento,  y dando justificado cumplimiento a un consabido tópico,  podíamos decir que yo me mantenía como inveterado y  fiel observador del irresistible poder de la teta.
Pero en los últimos tiempos es como si sólo pudiese apreciar en las mujeres esa sección tan baja y genital, a la par que sublime, de su irresistible anatomía,  ofrecida a mí en beneficio y como apremiante estímulo de  la delirante especulación de mis fantasías eróticas.
Y teniendo encuentra la cantidad de tías con las que me puedo topar cada día...  Pues eso.
Puedo asegurar pues que me siento feliz y jovialmente rodeado de coños.
Porque no es dramático esto que me sucede.  Para nada.  No me agobia, ni me atormenta.  Por el contrario, la situación se me antoja bastante cachonda y distraída.
Cuando las miro,  ninguna puede sospechar que en la pantalla que se despliega en algún lugar perdido de mi cochambroso cerebro se proyecta, en un magnífico y esplendente estandar HD-tridimensional,  una concupiscente y jugosa imagen de lo que yo supongo que es su coño desnudo.
Y es que ellas,  pobrecitas mías,  no pueden evitarlo; simplemente porque lo ignoran.
No se colocarán, en un arranque de pudorosa virtud,  la mano en actitud protectora delante de su primoroso coño; como hacen cuando creen que lo que les estoy atisbando es la pechuga.  Muy al contrario, si hago descender mi vista en forma de fugaz ojeada que me permita palpar visualmente,  ellas lo interpretan como una muestra de inocente timidez.
El caso es que imagino tantos tipos de coño como perfiles femeninos  puedo establecer.
Unos tiernos y lozanos, fragantes, tal y como aprecio algunas  jóvenes naturalezas. 
Otros sedosos y aromáticos, velados por inconfesables secretos; dueños del mismo enigma que le confiero a las seductoras mujeres que los miman delicadamente entre sus muslos.
O aquellos, voluptuosos y procaces, salobres  —mascarón de proa de inabordable bajel— de esas mujeres que me arrastran a la boca de un volcán de deseos, enredado en su aura salvaje.
Inocentes. Sonrientes. Contumaces. Torpes. Impertinentes. Locuaces. Besucones. Ávidos. Avezados... Incluso ásperos y chirriantes.
La lista sería inagotable, como lo es el permanente desfilar de mujeres que a diario aparecen ante mis ojos.
Curiosamente los únicos coños que escapan a esta irresistible tendencia mía son aquellos que auténticamente conozco.  Es decir,  los que he humedecido, acariciado, besado, rechupeteado, penetrado, explorado, confitado, palmeado...  E incluso como el tuyo, querida mía,  aprendido de memoria.   Todos los que en algún momento han sido míos.
O tal vez debería reconocer que yo he sido de ellos;  me temo que eso nunca voy a poder  tenerlo claro.
Porque como cantaba John Lennon, cuando estaba lleno de vida, creatividad y probablemente humo de marihuana:

"I once had a girl
or should I say
she once had me..."

 
Y es que todo es complicadamente relativo, o relativamente complicado.
Cuando veo a una mujer por primera vez,  a pie de calle,  en el autobús, o en la sala de espera del dentista,  la falda, el pantalón, las bragas...  inmediatamente se desvanecen ante mis ojos y se muestra  galante, seductor y protagonista,  su estimable coño.  Como el de mi veinteañera y espléndida vecinita, a la que me encuentro casi todas las mañanas en el garaje  cuando voy a coger mi coche.  Visualizo y casi huelo su delicioso coñito, pulcramente depilado y despidiendo aromas de lavanda  y talco satinado.
De verdad que no es una tortura.
Ni, como al principio decía, una obsesión.
Bueno, pues con esto lo dejo,  porque acabo de ver posarse un coño en el alfeizar de mi ventana y creo que voy a ir a echarle unas miguitas de pan;  para que así vuelva otro día: alegre, dicharachero, cantarín.
Las iras de Nun arrastren a los infiernos a aquel que se le ocurra decir que estoy encoñado...


                                                                                                                   (Bolín de Forest)





 


A aquella chica le asomaba el atractivo

hasta en las flatulencias. 

No digamos en otras cosas,

como los ojos.

También las tetas y las nalgas, 

que así mismo se cuentan por pares. 

Pues llamas eran los unos

y  proclama

y guardia de corps las otras.

Como si fulgor y pujanzas  fueran talismán

o llave que pudieran abrirle,

con mayor facilidad que al resto de los mortales,

algunas puertas de la vida. 




De cagadas, razones y poetas

 


Entiendo que hay razones para todo,

hasta para verter melancólica mierda 

en el espacio 

que aguarda a los versos de un poema.


Razones y poetas,  tantas son como cuantos

afirman escribir y a los cuales me uno

a la  hora de cagarla.


Poetas y poemas,  tantos hay como sobran

barro y charcos después de una tormenta,

o albañales se esconden en la entraña

de las ciudades.


No me gusta escribir sobre miserias

porque eso me deprime.

Si me siento jodido prefiero leer a otros

que gestionan mejor que yo sus traumas. 


Pregunto:  qué es real y en qué momento empieza

la farsa a difundirse.

 


Memoria

 


Angosta senda que devuelves

aquel distante recuerdo 

en haces prietos de nostalgias puras.

A tu paso te impones,  ayer reconocible,

lastrándome los ojos,

llegando firme desde ese pasado

que también fue mi tiempo.

Hoy

que nada suena,

libre de aquellas voces,

me adormezco en los ecos.


Ultraversal  08/07/2015



Banalidad consonante

 

Una banda de rocas

un seguro de noche. Un portero de coche

zapatos de lacón

el hueso del tacón.

Una llave de raso, un vestido de vaso

una pared de focas.

 

Sarta de despropósitos, reguero

excéntrico de ripios insensatos

a todas luces fuera de lugar,

por aquello de tanta consonancia insolente

trufando esos absurdos heptasílabos.


Y aunque no haya discurso que ofrecer

por faltarle el sentido y las razones

al escuerzo gimiente que palpita

sustentado en imágenes equivocas

al poeta, que soy yo,

provecho le procura el tal engendro.


Habrá quien no lo entienda a buen seguro

mas me sirvió de excusa, 

de feraz campo impío

donde soterrar mis restos versales

al tiempo que practico con el metro

la entonación y el ritmo poético

que del vital difiere tanto o más

que los de cualesquiera aires bailables.






 


Esquinas

 Versión

Cuando mueren las tardes, en invierno,

me inquietan sus esquinas de crepúsculo.


Surgen como cuchillos fantasmales

con ansias de rajar los vientres vulnerados

por el temor y las incertidumbres.


Mis miedos pueden ser herencia del ayer

o una premonición pendiente de cumplirse

haciéndome víctima del presagio.


Según pasan las horas y la noche

me muestra su indolente connivencia,

mi audacia recupera compostura

y los filos retoman su labor

de arista de cualquier afable esquina.



Origen

Cuando mueren las tardes, en invierno,

me inquietan sus esquinas de crepúsculo.


Surgen como cuchillos fantasmales

dispuestos a rajar los vientres vulnerados

por el  temor y las incertidumbres.

 

Mis miedos pueden ser herencia de otro tiempo

o una premonición pendiente de cumplirse

con fatal y ominosa desconsideración.

 

Según pasan las horas y la noche

me muestra su indolente connivencia

mi ánimo recupera la templanza

y los filos retornan a su labor

lineal  en cualquier humilde esquina.


Ultraversal 02/05/2021




Equipajes



Equipajes vacíos de esperanza

sin halo de aventura,

sin  emoción de viaje.

Hechos de malos vientos, 

que me buscan las venas

para verter en ellas la ansiedad

que tanto me acongoja.

 

Equipajes abstractos,

distintos al ajuar

tangible, cierto, 

que se puede muñir.

Caos que desordena mi cabeza

y del que no consigo liberarme.

 

Maletas ilusorias

atadas con el áspero cordel

medidor de mis pasos

hacia un vago destino.

 

Dejo la impedimenta

que ensombrece mi mente

abandonada sin remordimientos.

Quiero ser tan liviano como un soplo

de ese aire que no lastra ni sofoca.

.

Después de desechar todo lo inútil

le daré sepultura,

discretamente impía,

porque sé que lo inútil está muerto;

presto para el olvido.


Ultraversal 02/06/2021




Lluvia de verano

 

De aquel verano en sepia una imagen de lluvia

deslizándose sin humedecer

la espalda de las hojas,

llorando tu cabello con sus lágrimas.*


Deshacía tu blusa,  te esbozaba la piel,

desvelando el enigma de tus pechos.


De aquel verano en tonos de añoranza

han venido recuerdos siempre jóvenes.

Memorias que no duelen,

instantes que jamás se olvidarán.

Porque fueron inicios.**

Porque dejaron una huella imborrable.


(*)llorándote el cabello con sus lágrimas.

(**) Porque fueron inicios, algo nuestro.)


Ultraversal 28/05/2021


Permanencia y huella



El intento de mil gotas de lluvia
por arrastrarte de mis labios
ignorancia de esa agua
al asediar un fresco inalterable

Después quiso el viento secar en mi piel
la humedad de tu huella
torpeza
torpeza de ese aire



Octubre

 Me gusta octubre.

Sospecho que me ha gustado siempre, aunque acabe de darme cuenta de ello.
En octubre liquido  frivolidades y verano;  me pliego sobre mí mismo, esperando. 

Colores adormecidos y  sonidos que se esponjan. 
La vida ralentiza su pulso y yo puedo ser de nuevo  joven.

Principe d'une renaissance. 
Agridulce regreso por la vía de esos recuerdos que aún no se han roto.

Octubre,  mes de remembranzas, de un lento destilar de mis ayeres.

Si ya he leído tu imagen, 
si he podido huronear en  tu alma, 
me gustaría tener tu voz 
en octubre.





El primer verso de cualquier poema

 

El primer verso,  de cualquier poema

con el que me dispongo a la batalla,

es siempre un nuevo salto entre tinieblas.                       


Esperar el instante de la luz

forma parte del nudo de emociones

que me lega el proceso creativo.


Nunca sé cuándo voy a ver el destello

y eso proyecta mi ánimo con ansia.


En ocasiones 

esa claridad tarda eternidades

en abrirse, tallando una sonrisa

en mi rostro de autor impenitente.


El primer verso de cualquier poema

se obstinaba en ser fiel a la negrura

aun a pesar de múltiples intentos

de darle luminosa compañía.


Pero no he sido yo quien se ha rendido.